martes, 27 de septiembre de 2011

El tiempo pasa y las palabras permanecen

Esta tarde, en clase de periodismo literario, hemos reflexionado de forma colectiva acerca del concepto "literatura". Sí, es una expresión que bien puede abarcar infinitud de especificaciones e interpretarse de múltiples maneras.

Pues bien, una de las aportaciones que ha destacado el maestro ha sido la de "permanencia del yo". Tal idea viene a decirnos que el ser humano necesita plasmar sus vivencias y sentimientos (su percepción de la realidad) para desafiar al olvido al que nos condena el paso del tiempo. Hacer perdurar nuestros recuerdos es una de las motivaciones que recoge la escritura. Dotar de una cierta estética narrativa a los mismos sólo responde a la forma que tenemos de convertir los recuerdos en episodios ordenados y dotados de una cierta belleza (me refiero a convención).

Pero, ¿acaso el recuerdo plasmado es fiel a la experiencia vivida?
Pongamos un ejemplo: cuando escribimos algo que nos ha sucedido porque queremos retenerlo siempre en nuestra mente lo hacemos tiempo después de darse la experiencia. Al escribirlo se exterioriza esa vivencia y ello trae inevitablemente matices nuevos que hacen del momento vivido una nueva escena.
Por tanto, lo que perdura en el tiempo es esa expresión posterior, que automáticamente se convierte en el recuerdo mismo.

Con todo este rollo quiero llegar a la conclusión de que la literatura es, además de una forma eficaz de hacernos permanecer en el tiempo, el reflejo expreso de una mentira de vida que te hace feliz por su característica eternidad.

martes, 5 de julio de 2011

Fastidiar al INSTANTE

¿Cuál es aquel instante que acaba con toda una vida que ni siquiera ha podido forjarse como tal?, ¿Quién o qué decide que debe cerrarse esa puerta? Y, sobre todo, ¿por qué?, ¿es que esa persona estaba destinada a ser desgraciada o provocar la desgracia a los demás?, ¿O, simplemente, no hay explicación? Como es costumbre, muchos interrogantes y pocas indicaciones.

Un instante puede cambiar por completo cualquier esquema lógico, cualquier plan o proyecto, cualquier sendero trazado según el orden establecido.
Es un asco percatarse de que ese instante, a diferencia de otros muchos infinitamente más inútiles, resquebraja esa maldita estabilidad que toda persona se impone seguir para ser alguien dentro del construido engranaje social.
Pero, ¡que coño!, a la mierda ese esquema de flechas perfectamente delineadas que te indican: haz caso a tus padres, estudia una carrera universitaria, encuentra un trabajo lo más cómodo posible y -a ser posible- cercano a tu hogar, cómprate ese coche que te otorga clase, cásate y ten hijos...¿¡para qué!?, ¿quién establece que eso es lo correcto o lo que te puede aportar felicidad?
No, no y no. Todo puede acabar en un instante. Todo ese esquema puede quedarse sin flechas si no existe ya más dirección que guiar.

La vida no puede ser algo rígido que ofrece un solo camino por el que circular. Debe ser mucho más que eso y, si atendemos a las pequeñas señales, de hecho lo es. Te hace constantes guiños que puedes o no corresponder. Son como grietas que cuanto más te acercas mayor ángulo de visión ofrecen. O como aquellas encuestas que en función de tu respuesta te direccionan a una pregunta u otra. Tú decides que recorrido te conviene o complace más seguir. Las flechas ya no son rígidas, sino que se bifurcan en función de los pasos que eliges dar.

Lo único importante es saber arriesgar, que no es otra cosa que escoger la opción B o C en vez de la recurrente A. Así, por lo menos, ese asqueroso instante que no te permite escoger ya más opciones joderá una vida que se le ha adelantado.

Por ti, Albert. Los buenos momentos se anteponen a la degradación anímica de un convulso periodo. Porque sé que el perdón estuvo a punto de explotar, gracias por enseñarme a quererme y confiar. Gracias por mostrarme que hay que luchar por ser uno mismo. Siempre tú y yo.